No Entiendo

No entiendo qué rápido me arrastra la corriente, giro a uno y otro lado sin control.
Me lastiman las ramas, no puedo nadar, me sumerjo y floto de a ratos, no reconozco esta parte del río.


Acababa de cumplir tres veranos, que alegría experimentaba en vivir en una hermosa corriente, mi casa, tan espectacularmente bella. Aquella pequeña cascada que tanto placer me daba, resucitaba en aquellos días de calor intenso, disfrutando de la abundante comida.

Los sauces de la costa supieron darme la fresca sombra que aseguraba mi letargo. Nadar una y otra vez sobre el pedrero buscando el premio de esos grandes bocados.

Aún hoy, me asustan esos vecinos que desde el aire podían atraparnos; ni hablar con la bronca que comía esos duros bichos rastreros.

Pese a ello viví feliz todo este tiempo y ahora recuerdo.

Algo extraño y no reconocible pasó cerca de mí con gran alboroto, levantando arena y comida en la corriente.

Desconozco qué hizo que esa mariposa, algo rara en mi río, despertara mis ganas de comerla, nunca lo sabré, pero al fin era comida.

Como siempre aproveché la corriente, con facilidad y eficacia la mordí. Extraño, muy raro, sentí dolor, fue inmediato y, sin entender, algo no me dejaba nadar, me atraía en una dirección opuesta a mi deseo.

En la desesperación salté, una, dos, varias veces y ahí lo vi. No sé qué era. Alto, inmenso, tenía algo en su mano que guiaba mi camino. Hacía fuerza, tanta como nunca había experimentado, pero no podía soltarme de eso que había atacado como comida.

Me lastimaba. Al dolor de mi boca agregaba un cansancio supremo, casi sin fuerza, sentí que perdía el control de mi cuerpo.

En ese instante volví a descubrir lo mismo que había visto pasar tiempo atrás. Choqué con ello y sentí con desesperación que me atrapaban; me dolía todo el cuerpo, me sacaban con brusquedad del agua, no podía respirar; mi ahogo me extenuaba.

Creo me apoyaron un tiempo sobre las piedras; atontada no reconocía los sonidos, las imágenes que me rodeaban no eran propias de mi río.

Era el fin. Por momentos, volví a recordar aquellos días de verano que recorría mi corriente en todas direcciones por la abundancia de comida.

Tuve la sensación de sentir, nuevamente el agua. Sí, estaba en mi río, pero mi corriente, que tanto había disfrutado me arrastraba, me golpeaba contra las piedras profundizando mi agonía.

Creí poder nadar, era imposible, el descontrol era cada vez mayor.

Nada de mí respondía, recorría velozmente muchos metros, no supe qué pasó, sólo busqué mi comida, no entiendo?

Luchaba sólo por ver lo que me era familiar, esa maravillosa paleta de colores que experimentaba de manera diferente según el momento del día.

La música de mi corriente estallaba en esa espuma que ahora lastimaba mi debilidad.
Toda mi habilidad en recorrer mi río se había perdido.

Me llamó la atención. Estaba en el agua pero no la sentía y todo lo que fue y me hizo tan dichosa se transformó en una oscuridad total.


Este pequeño y modesto relato se lo dedico a los más jóvenes.

La conducta de mis primeros años se basaba en la ignorancia total (hoy, apenas estoy aprendiendo), en justificar el éxito en una destrucción total. En aquellos viejos modelos que premiaban la muerte, jerarquizaban y sublimaban la prolongación de la agonía.

El tamaño de una copa era proporcional a la muerte lograda.

Una mezcla de horrores y errores para los cuales la naturaleza no está preparada.

Jóvenes, las pérdidas irreparables ya no se justifican. Todos son concientes de la información adquirida. No transformen lo que fue ignorancia en conductas que siguen siendo normales sólo por ser comunes.

Hace años escribí que el futuro de nuestra actividad estaba basado en lograr, desde el inicio de esta práctica, ¿racionalizar? al máximo, convirtiendo nuestros actos en una forma de vida, en la cual nuestra ética se convierta en una única y mejor REGLAMENTACION.

Gracias !

Darío Pedemonte

El placer de atar moscas




Amigo pescador:

Descubrir el placer de pescar con mosca adquiere su máxima expresión si agrega a su experiencia en el río, el hacerlo con un diseño propio.


Jugar a modelar sobre un anzuelo con elementos tan

simples como pelos, plumas, hilos etc, etc, resulta de un atractivo extremo.

Asociar el modelo con su funcionalidad enriquece su pesca.

UD a través del juego se involucra en los principios que rigen un ecosistema natural. De la observación surge la imitación y con ella la dramatización quela sustenta.

Un buen pescador deja de lado la improvisación o la fortuna como único factor de éxito.

Aplico el principal objetivo en mi enseñanza, castear o atar exclusivamente en relación a la pesca.

Puede castear la totalidad de la línea o desarrollar un sinfín de modelos. Eso no lo convierten en un buen pescador.

Un buen pescador se construye en el tiempo, la observación, su lógica, el sentido común nos lleva a la síntesis; sin duda la materia más difícil de aprobar.

ANÍMESE e igual que en la magia descubra todos los trucos capaces deasombrar a sus amigas las truchas !

Darío Pedemonte

Pescando


Mientras me acerco al río con cautela, una ligera brisa riza la superficie y el sol refleja destellos por doquier.

Unos quince metros me separan de donde la viera comer; pasado el pedrero y su espuma, la roca grande a la par del árbol es mi referencia. El sauce roza una y otra vez acariciando el río, casi maternalmente. Come a un y otro lado de la piedra, sin duda su protección en el río.

La poca distancia que separa el árbol de la roca, dificulta el tiro.

Mientras la miro actuar, aliso el leader, lo plancho una y otra vez; es nuevo y por nada quiero que caiga mal. Está comiendo en la película de la superficie. Toma muy suave, me sugiere un emergente. Ato un 16 de los cordobeses, controlo al máximo el nudo; tippet y moscas chicas cada vez me son más complejas.

Sin entrar al agua me ubico entre dos piedras grandes, bien perfilado para corregirle la línea de la mejor manera.

Inclino la caña para sacar suave la línea, unos pocos metros para entrarle desde atrás. La dejo derivar para no alterar, saco lo que falta para llegarle y ahora con un roll levanto para acelerar en el aire y sacar el resto. Siento en la mano la fuerza de mi puntera. Parte la línea. Paro la caña dándole la dirección correcta, se ordena la mosca y, mágicamente, comienza a caer. Apenas corrijo para que trabaje mejor. Se posa, comienza a derivar e inmediatamente, la toma. Su primera intención fue subir para pasar por delante de la piedra, pero algo la detiene y, rápidamente, busca la protección del árbol.

La línea corta el agua en dirección a las ramas, pega dos o tres cabezazos y, en ese instante, estalla el agua. Se eleva con violencia agitándose en el aire y cae de plano en el río, arremete en dos o más intentos, pero ya con otro ímpetu.

Almaceno mi línea suelta; la caña con toda su curva apunta a uno y otro lado cada movimiento pero da muestras de su fatiga.

La acerco deslizando mis dedos sobre el tippet, llego a la mosca sin rebaba; apenas la fuerzo hacia atrás se desprende.

Un coletazo exagerado, pese a mi gentileza, la impulsa en la corriente, haciéndome sentir el agua fresca.

Para tomar un respiro, decido cargar la pipa, no termino de encender el tabaco, cuando entre el humo, alcanzo a ver un nuevo toque que otra trucha hace en la superficie del agua.

Tal cual como aquella primera vez, ese estímulo incontrolable me estremece y sin comprender los por qué acelero mis pulsaciones y comienzo emocionado una nueva partida.

Darío Pedemonte

El campamento


La sección media del Joyel fue por años un sitio de excelentes campamentos.

Un camino intrincado donde la Toyota ponía en evidencia sus dotes; debo aclarar que lo más adecuado sería considerarlo apenas una senda. Con la apertura de varias tranqueras llegábamos a orilla del río, a la altura de quien fuera en aquellos años el poblador más antiguo de la zona, nuestro amigo Don Pite.

El recuerdo de sus asaditos de cordero, verlo al atardecer vadear de a caballo el cauce, llevando consigo todos aquellos años que nunca supimos descifrar; para en nuestro campamento prepararnos tan deseada cena, mientras nosotros disfrutábamos de las marrones del atardecer.

Con qué maestría acondicionaba sus enceres, no nos permitía buscar leña, alegando todo el tiempo del que él disponía.

Supo ser entrevistado por un programa documental de hace años, y aún recordamos con que honesto pensamiento se refería a la política que supo conocer en su vida.

No nos olvidemos su edad, superaba con creces los ochenta. Lo singular de las charlas de sobremesa nos sorprendía avanzada la madrugada: Casi como que los límites no surgían del horario, sino más bien como consecuencia de agotarse la bodega.

Cuántas noches lo seguíamos a la distancia para confirmar su arribo a la casa del otro lado del río, acomodado en el caballo. Ver la silueta de ambos sobre el espejo del agua iluminada por la luna perdura en mi retina como una de las tantas imágenes con que la Patagonia supo acaparar mi vida.

Yo creo buscábamos este sitio porque sin duda el encuentro era seguro.

Después de tantos años, en su cabalgata final con certeza seguirá cruzando en la inmensidad de la Patagonia cuanto río el Señor le interponga.

En aquellos días, solíamos compartir el campamento varios amigos; la figura de Don Ubaldo, el mayor del grupo, nos vinculaba en todas las satisfacciones que éramos capaces de recrear en nuestras visitas.

El valle posee tanta belleza, enmarcado por esas montañas, toda forma de vida en aquel período se sobredimensionaba.

Las proporciones y diseño del río lo hacían totalmente disfrutable. Las márgenes posibilitaban excelentes lugares de acampe.


Pero a través de los años modificamos distintas pautas que regularían nuestros campamentos.

Ya teníamos asumidos varios aspectos; la selección del piso, sombra lindera, humedad, ramas no muy grandes en las proximidades, vientos imperantes, etc., etc. Pero el detalle a tener en cuenta, además de los referidos; era el lugar que nuestro querido Claudio destinara a la ubicación de sus siempre modernas tiendas.

En la mayoría de los casos, podría asumirse, el respetar el paso, la distancia de la carpa comedor, etc., etc…. pero no. Este “hermano de pesca” se convertiría en un referente por otros motivos.

Era común, las primeras noches, que nos sorprendiera ese extraordinario silencio, tan característico de la Cordillera, donde la música la interpretaba el río, el viento en los pinos, las aves e insectos de hábitos nocturnos. Pero esta suma de sonidos dejaba de existir, cuando en la medianoche nuestro tenor local iniciaba su rito nocturno.

Superar con sonidos guturales abarcativos de la más extraordinaria escala era lo frecuente. Tanto poderío pulmonar puesto al servicio del desenfreno, en aquellas noches, provocaba desvelo; opacar bajo toda circunstancia aquel concierto espontáneo no era algo para no tener en cuenta.

Con los años, el efecto de sus variaciones fuesen nasales o bucales había alcanzado tal dominio de ejecución que sólo el grito de desesperación de un compañero de carpa interrumpía la magnitud de la obra.

Yo creo, en su subconsciente, reclamaba un aplauso. Nadie deja de lado el monocorde ronquido para convertirse en un creador. Hubiese sido imposible reconocerlo sólo en base a volumen; él matizaba especialmente cada noche con una variación totalmente diferente.

Gran pescador, se expresaba aquellos días en que el río le hubiese sido propicio, con sonidos que manifestaban alegría y todo lo opuesto en los que las truchas hubiesen sido esquivas.

Muchas veces las variaciones nos convocaban, entablaba un diálogo consigo mismo, expresaba mucho más que lo muscular; su pensamiento encontraba el canal de expresión a través de sus ronquidos.

Podríamos intuir, si extrañaba el hogar, su apetito no hubiese sido saciado y cuántas cosas más que dando rienda suelta a nuestra fantasía asociábamos con tal variedad de sonidos.

A veces, toques audibles relativos a la alegría, la euforia, algo agresivos, generalmente, coincidentes con movimientos totales, bolsa de dormir, colchoneta, aquel pie contra la lona daba el golpe que intuyo despertaría a nuestros vecinos, los animales del lugar, comportamientos tan extraños como alterar sus ciclos migratorios, posturas equivocadas, en fin, cuántas vibraciones sin descubrir solamente por la oscuridad del escenario.

Pensar que el hombre supo llamar Tronador al pico por todos conocido a consecuencia de los muy esporádicos desprendimientos de hielo que en el ventisquero se producen.

Qué término no creado se le podría asignar que simbolizara todos y cada uno de los tan abundantes sonidos, que de esa nada exuberante humanidad tuvieran origen.

En nuestra inexperiencia llegamos a considerar la merma del pique en el transcurso de los días a consecuencia de la sobrepesca.

Qué error. Hoy, y a la distancia, veo que superaba su propio medio, de alguna manera, por vibraciones o lo que fuera, los peces temían el cataclismo y huían.

Ver desaparecer las aves que en los primeros días nos alegraba el desayuno, notar con tristeza que ningún cordero se llevaba por delante los vientos de nuestra carpa; ya ningún caballos arrancaría el pasto durante la noche, nunca más los sonidos de nuestra vajilla revisada por algún animalito vagabundo.

Qué solos terminábamos las últimas noches y, era precisamente en esa soledad donde aquellos pulmones ejecutaban su gran sinfonía, su gran obra, que interrumpida, volveríamos a reencontrarla el próximo año.

Darío Pedemonte

¿ Qué significa Pescar ?

Usted, vive la mayor realidad, ser testigo de su propia existencia. ¿Una fantasía? Su existencia lo es.

Analice su origen, considere su evolución, sus éxitos, sus fracasos. Todo tan etéreo como el gran misterio que alberga la profundidad. ¿No será acaso el contacto con ese pez, el concretar una realidad que tanto nos apasiona?

Vuele su línea, sienta el misterio de su dominio; se está expresando a través de un objeto tan absurdo… pero logra la distancia, dispone la imitación sobre un medio que nunca dominará y YA!! El pez rompe la barrera de lo infranqueable.

El misterio puede ser suyo, su fantasía, quizás su propia vida cobre ese hito de realidad que nos separa de los seres inanimados.

A través de nuestra historia, pretendimos jerarquizar nuestros actos. ¿Los hay más o menos importantes? Qué ilógico, todos son su esencia, aún más simples. Sienta la piel de su hijo, respire el olor de la mujer amada, la mirada de su madre, la sensación ante la aprobación de nuestro padre. ¿Puede transferirlo? NO!!

Las emociones, son la suma de sensaciones que nos acercan al éxtasis de sentirnos vivos. Un acto tan sencillo como recorrer un río caña en mano, puede ser un ejercicio tan simple como buscar su propia felicidad. Puede medirla, planificarla, etc. etc.; no sea hipócrita, sienta y disfrute cuanto tiempo pueda. Reconozca en lo que lo rodea el escenario perfecto para la gran obra: su propia vida.

Nunca, nada ni nadie podrá alterarlo. Una pincelada, un verso, una nota musical o una mosca, serán su propio canal de expresión. Elija y disfrute.

La armonía de su mosca, conquista por instantes su fantasía. Será su éxito. Olvídese si la misma está atada sobre la base de la escuela europea o americana, son meros accidentes, su yo se regocijará en grado sumo.

Resumiendo, Usted al pescar se expresa; de lo más recóndito de su ser surge un maravilloso deseo de capturar vida y preservarla, porque en su existencia se basa, egoístamente, su propia vida.

El viejo Mel, nos llama poetas. ¿Acaso poesía no es la transmisión de emociones a través de la palabra? ¿Qué nos impide a algunos torpes, expresarnos a través de una caña, una línea y una mosca?
De nuestra imperfección, rescatemos lo positivo. ¿Qué nos sirve? ¿Qué nos emociona? Apriete su grip, lance y conquiste su fantasía. A su pequeño gran pez lo necesita para seguir disfrutando. Que vuelva a su medio y, por favor, exprese el gran reconocimiento de seguir vivo.

El Trofeo


A los pocos años de comenzar el trabajo en la escuela San Huberto, los grupos comenzaron a experimentar un crecimiento significativo.
Uno de estos alumnos, inmediatamente se destacó del resto, su nivel de apetencia de conocimiento desbordaba nuestra planificación de contenidos.
Eran comunes sus llamados a casa, encuentros fuera de los regulares, él quería saber todo y mucho más. Pero por su profesión, profesor de tenis, resultaba un tipo pintoresco. Tomó tal aceleración que casi desde su primer viaje tomó la decisión de convertirse en patagónico.
Sus condiciones naturales le posibilitaron un excelente lanzamiento en un breve tiempo.
En su primer intento de residencia se había contactado con personas que estaban deseosas de aprender sobre mosca.
De ahí que me convocara para efectuar un curso en la ciudad de San Martín de los Andes. En aquel entonces, el profesionalismo estaba en manos de pocas personas, quienes al parecer no tenían interés en transmitir a sus correligionarios los rudimentos del fly.
Se había conseguido un auto; de alguna manera debemos identificarlo con la idea de dejarlo en la cordillera para hacer uso de él en nuestras futuras excursiones.
Varios envases de aerosol sirvieron a los efectos de jerarquizar su estética, al parecer, su punto flojo. Sobre el devenir de los kilómetros pudimos descubrir algunos vicios ocultos.
Uno estaba en aquella época tan mentalizado sobre la necesidad de utilizar un vehículo especial, los recién conocidos 4 x 4, que ponía en duda que ese artefacto nos pusiera en el destino final.
Pero toda salida tiene su cuota de aventura y en él partimos.
Recién al cambio de aire en La Pampa dio muestras de cierta inestabilidad emocional. Un ruido que podíamos reconocer como proveniente del tren delantero, pero no alcanzábamos a identificar.
Nos bajábamos, observábamos en la noche las ruedas, chapa y otras yerbas, pero nada.
Terminamos atribuyéndoselo al guardaplast que a simple vista carecía de todos los remaches que necesitaba para una buena fijación.
Los kilómetros corrían y ante la proximidad del ingreso al Camino del desierto, decidimos verificar con más detenimiento las ruedas. Por la regularidad del golpe sonaba que las mismas tenían algo que ver.
Efectivamente, elucubrando algo que pudiese estar clavado en la cubierta, tanteamos una por una y para sorpresa la delantera había perdido en una sección, muchos km. atrás parte de su casco.
Pese a lo incompleto del neumático, eran muchos los km. transcurridos por lo que nos sentimos confiados en poder llegar a una estación de servicio, lugar donde pondríamos el auxilio.
Para el caso, nuestro móvil no contaba con el tan preciado felino que nos hubiera permitido efectuar el cambio.
Solucionado el problema, amanecimos al llegar a la caminera de Neuquén; el policía indagó varias veces para registrar en su planilla, nuestro lugar de procedencia. A continuación, pero con cara de incredulidad, procedió a colocar la estampilla con la que nos identificaríamos como turistas.
Cada detención en los comedores del camino, al bajar del vehículo y contemplarlo junto a suntuosos autos y camionetas portadores de turistas, se creaba entre nosotros mayor simpatía, verlo en esas condiciones atravesar tantos kilómetros casi se elevaba a al categoría de héroe rutero.
Con el arribo a la ciudad recuperamos nuestra estabilidad emocional.
Pero al día le sobraban horas, por qué no invertirlas en el fruto de nuestro deseo: la pesca.
La negativa de mi compañero fue rotunda, pero ante mi decisión de hacerlo en soledad, accedió a acompañarme.
Como todo comienzo, los comentarios sobre pesca rotundamente negativos, las causas siempre las mismas: mucha nieve, aguas altas, mucho calor, aguas bajas, invierno con poca nieve, ríos turbios o cuanta excusa quiera imaginar a pesar de ello el río nos esperaba.
Por una relación hora-distancia el Chimehuín sería nuestro campo de acción.
Estacionada la nave a un lado del camino, me enfundé los pertrechos y caña en mano me dirigí al río.
Miguel armando su pipa sobre una roca se convirtió en mi espectador.
Creo, fueron tres lindas arco iris; a la tercera, aquel que asumiera una actitud similar al Pensador de Rodin ya tenía puesto el wader y caña en mano pasaba por detrás de mí haciéndose el inocente y ganándome la posición que me pertenecía.
Entretenido en mi pesca, cada tanto lo veía levantar una trucha, hasta que me sorprendió verlo sujetar con ambas manos la caña, mientras ésta adquiría una curva extrema.
Debo reconocer que por mi actitud permanente de bromear, al principio y por su inmovilidad me vendía un enganche por pez; pero pasado ese tiempo de evaluación lógica, consideré que “algo” estaba pasando.
Por si las moscas recuperé mi línea, tabaquera, pipa y cantando bajito me fui acercando al lugar de los acontecimientos. Miguel no es un tipo muy comunicativo, es introvertido, correcto y serio como pocos, de ahí que su actitud no excedía lo que transmitía como imagen.
Cuerpo de estatura mediana, muy delgado con barba profusa modelo seminarista, ni se percató de mi presencia.
Su línea entraba en el agua y por tensión, además de cortar agua emitía ese sonido de algo que en cualquier momento podría estallar.
Ante mi pregunta, su elocuente respuesta: no sé, parece grande, pero no se mueve.
Si uno observaba detenidamente la línea, su desplazamiento de derecha a izquierda no superaba los diez centímetros. El lugar, una corredera muy rápida y profunda de las tantas que encontramos a esa altura en el Chimehuín.
La pregunta de fórmula: qué pusiste. Era un fuzzy # 8 color verde y por su comportamiento, tensión de caña, ubicación en el río, era una nona de marrón.
Cuantas pavadas uno escucha y hasta hemos reproducido; los mediodías no sirven, en el agua turbia no se pesca, la seca no camina, etc, etc y la máxima, las grandes no saltan; en esta oportunidad alteró la regla.
Nos separaban unos quince metros de la costa; por un instante la tensión de la caña desapareció, algo desde abajo parecía haber detenido la corriente, una sección del río donde entraba la línea WF 6 F pareció hundirse y no sé desde que distancia emergió, no una trucha, un truchón que elevándose en el aire, se acostó paralela a la superficie, dejándose caer en una mezcla de ruido y agua salpicando a todos lados para ganar nuevamente el mismo sitio que antes ocupaba.
Era exactamente el momento de abandonar la escena. Mi sola presencia alteraba el momento que ambos se merecían.
Una palabra, un consejo o un comentario estaban totalmente de más.
Era su propio duelo, una contienda de esas características requería concentración.
Me alejé lo suficiente como para mantener el control de los acontecimientos, aún a la distancia.
Hubo un segundo salto y una corrida que contra la orilla la dejó varada. En segundos, y de dos golpes de cola ingresó a la corriente para ocupar casi el mismo lugar.
Miguel sin moverse del lugar permaneció no sé cuántos interminables minutos hasta que comenzó a nadar cerca de la superficie. Ver esa vela dorsal y la cola hacer los últimos intentos por liberarse, adquiriendo una mezcla de emoción y dramatismo, resultaba conmovedor.
Sin duda, habían sido dos respetuosos contendientes. La magia del instante pudo ser registrada, el desarrollo de la marrón según cálculos que efectuáramos sobre las mediciones, superaba los seis kilogramos, holgadamente. Nunca había visto algo semejante ser retirado del río.
Aún recuerdo el tiempo que le significó restablecerse; su estremecimiento era tal que el silencio y la música del río armonizaron en esa conjunción mágica que suele ofrecernos la naturaleza.

El Rescate


Ocurrió todo en un comienzo de temporada, en aguas abundantes de un esplendoroso río, el Foyel.
Mi compañero en la ocasión era un querido amigo, que habiendo sido mi alumno en la escuela San Huberto ya formaba parte de nuestras salidas.
Miguel, un reconocido oftalmólogo, nos había sorprendido por su cuota de adaptación a nuestros habituales campamentos.
Un viajero incansable, con más millas recorridas que un piloto de líneas aéreas, se reveló como un eximio acampante, gran cocinero, conocedor como pocos de todas las variantes del tío Baco, proveedor de exquisitos licores de su bodega, en especial aquellas entrañables ginebras alemanas que tanto contribuyeron a matizar aquellos fogones, pipa de por medio, con que rematábamos el día.
Miguel es un tipazo de esos que todo lo que hacen realmente es en serio. Grababa mis clases, transcribía y analizaba posteriormente, generando todos los interrogantes del caso.
Como buen científico, es riguroso en la preparación de su equipo, registra con detenimiento el armado de su chaleco, presta debida atención a sus moscas y líderes, en síntesis, era el normal de esta pareja que integrábamos en ocasión de producirse los acontecimientos que pasaré a relatar.
El Foyel, a esa altura, pasa por la propiedad de un querido y entrañable amigo, a través de quien siempre tuvimos las puertas abiertas de toda esta zona, Don Ubaldo. Pese a la diferencia de edad, era parte del grupo. Participaba con tal entusiasmo de nuestras salidas que, ya de mayor, pudimos iniciarlo en la pesca con mosca.
Recreó el arte del atado con tanta dedicación que algunos de nosotros hacíamos uso de su stock.
El río a esa altura lo atravesamos por una pasarela construida para uso de la familia que visitábamos.
Esta sección, río arriba de la pasarela, discurre por un túnel formado por una profusa e intrincada vegetación de alrededor de doscientos metros. A continuación empezaría nuestro campo de operaciones.
La corriente venía con una intensidad que resultaba absurdo buscar distancia. En esas circunstancias, las truchas que de esto saben mucho, suelen ubicarse en cuanto remanso cercano a la orilla existe. Y allí comenzamos a pescar. Todo hacía presagiar uno de los tantos días gloriosos a los que este río nos tiene acostumbrados.
Comenzaron los primeros piques. Las marrones de la zona son excelentes, toda potencia. Alternativamente, Miguel o yo lográbamos una. El día pintaba mejor de lo esperado; los picos vecinos con algo de nieve, el valle relucía en verdes por todos lados.
Salvo la familia mencionada, el territorio no tiene muchos vecinos, por lo que el sonido del movimiento de animales nos sorprendió.
A unos cien metros río arriba, de un bosquecito n la margen opuesta, apareció una tropilla de alrededor de una docena de hermosos caballos. Con cautela, sorprendidos por nuestra presencia, se acercaron al río. Con un golpeteo singular, apoyaron sus belfos para saciar la sed. Estaban para la foto. El caballo cordillerano siempre me ha sorprendido por la belleza y brillo de su pelaje. Uno está muy acostumbrado al criollo bonaerense, tusado por todos lados. Aquellos con crines y colas al viento adquieren otra imagen.
Extasiados en la observación, grande fue nuestra sorpresa cuando el grupo con total decisión, entre relinchos y saltos, encararon la corriente y vadearon el río.
Con semejante desplazamiento de músculos, nuestro río estaría alborotado por un gran rato, por lo que la decisión de recuperar nuestras líneas para rumbear a otro lado, fue compartida sin expresar una palabra.
Pero tranquilizados los movimientos, la mayoría en compañía de su padrillo quedó expectante al grupo, que no habíamos percibido, quedara en la otra orilla.
Los rezagados eran una hermosa yegua tordilla, quien en compañía de dos potrillos, de uno y otro lado y entre relinchos trataba de obligarlos al cruce.
Los potrillos se diferenciaban por su tamaño, siendo pariciones diferentes el más pequeño acusaba por sus movimientos pocos días de estar entre nosotros.
Nos hubiese sido imposible permanecer indiferentes a los acontecimientos. Toda la música natural del río se había interrumpido por los relinchos que de uno y otro lado aunque indescifrable comprendíamos su sentido.
Ante el reclamo insistente del padrillo la yegua abordó la corriente a manotazos seguida por el mayor el más pequeño aunque demorado ingresó a la corriente en una improvisada natación al llegar al centro de la misma notamos que su fuerza era superada por esa masa de agua incontrolable.
En el mismo instante que la corriente lo desplazó en su trayectoria, la yegua saliendo en un esfuerzo extremo por sobre el agua, reinició el camino de vuelta mientras su potrillo empezaba arrastrado por la corriente a hundirse.
En los dos o tres remolinos que se formaban en el cauce pudimos ver asomar la jeta del animalito en su intento por recuperarse.
Simultáneamente parada en sus patas traseras y con un sonido desgarrante, sus relinchos y movimientos reflejaban lo dramático de la situación.
Por su lado el padrillo inquieto y respondiendo al llamado movía su tropa.
Todo esto en el mínimo tiempo en que la corriente había traído frente a nuestra posición al potrillo. Ver su cabeza y sus desesperados movimientos de manos en la superficie para desaparecer al instante, cuando el curso del cauce lo llevó por debajo de aquellas ramas, resultaba desgarrante.
Estos animales criados en la libertad de los grandes espacios, siempre conservan una distancia prudencial de cuanto bípedo se les cruce y, en nuestro caso, uniformados como mosqueros, no éramos un referente local al cual ellos estuviesen acostumbrados.
Pese a ello, en un tiempo casi irreal, encararon a la disparada hacia nuestra dirección, pasando junto a nosotros.
Nuestro bloqueo fue total, nos inmovilizó semejante despliegue de fuerza incontenible.
La sensación de alivio al verlos alejarse nos permitió recuperar el aliento y comprender sus motivos.
A la carrera y puro instinto, el grupo encolumnado ingresó a la corriente, liderados por el espectacular alazán y ante nuestros ojos, crearon a la disparada una barrera en movimiento que interceptó la trayectoria del agónico potrillo. Con los sucesivos golpes de cada uno de ellos y usando la corriente, depositaron al exhausto animalito en la arena de la playa, desarticulado grotescamente recibió a su madre que al galope ya estaba a su lado.
Ver a la yegua tratando a lengüetazos y relinchos de serenar al accidentado mientras el resto entre corcovos soltaban destellos de agua al viento nos hizo emocionar.
Un infinito silencio fue nuestra única expresión a base de instinto la naturaleza nos había dado una lección de vida que siempre recordaremos.