El campamento


La sección media del Joyel fue por años un sitio de excelentes campamentos.

Un camino intrincado donde la Toyota ponía en evidencia sus dotes; debo aclarar que lo más adecuado sería considerarlo apenas una senda. Con la apertura de varias tranqueras llegábamos a orilla del río, a la altura de quien fuera en aquellos años el poblador más antiguo de la zona, nuestro amigo Don Pite.

El recuerdo de sus asaditos de cordero, verlo al atardecer vadear de a caballo el cauce, llevando consigo todos aquellos años que nunca supimos descifrar; para en nuestro campamento prepararnos tan deseada cena, mientras nosotros disfrutábamos de las marrones del atardecer.

Con qué maestría acondicionaba sus enceres, no nos permitía buscar leña, alegando todo el tiempo del que él disponía.

Supo ser entrevistado por un programa documental de hace años, y aún recordamos con que honesto pensamiento se refería a la política que supo conocer en su vida.

No nos olvidemos su edad, superaba con creces los ochenta. Lo singular de las charlas de sobremesa nos sorprendía avanzada la madrugada: Casi como que los límites no surgían del horario, sino más bien como consecuencia de agotarse la bodega.

Cuántas noches lo seguíamos a la distancia para confirmar su arribo a la casa del otro lado del río, acomodado en el caballo. Ver la silueta de ambos sobre el espejo del agua iluminada por la luna perdura en mi retina como una de las tantas imágenes con que la Patagonia supo acaparar mi vida.

Yo creo buscábamos este sitio porque sin duda el encuentro era seguro.

Después de tantos años, en su cabalgata final con certeza seguirá cruzando en la inmensidad de la Patagonia cuanto río el Señor le interponga.

En aquellos días, solíamos compartir el campamento varios amigos; la figura de Don Ubaldo, el mayor del grupo, nos vinculaba en todas las satisfacciones que éramos capaces de recrear en nuestras visitas.

El valle posee tanta belleza, enmarcado por esas montañas, toda forma de vida en aquel período se sobredimensionaba.

Las proporciones y diseño del río lo hacían totalmente disfrutable. Las márgenes posibilitaban excelentes lugares de acampe.


Pero a través de los años modificamos distintas pautas que regularían nuestros campamentos.

Ya teníamos asumidos varios aspectos; la selección del piso, sombra lindera, humedad, ramas no muy grandes en las proximidades, vientos imperantes, etc., etc. Pero el detalle a tener en cuenta, además de los referidos; era el lugar que nuestro querido Claudio destinara a la ubicación de sus siempre modernas tiendas.

En la mayoría de los casos, podría asumirse, el respetar el paso, la distancia de la carpa comedor, etc., etc…. pero no. Este “hermano de pesca” se convertiría en un referente por otros motivos.

Era común, las primeras noches, que nos sorprendiera ese extraordinario silencio, tan característico de la Cordillera, donde la música la interpretaba el río, el viento en los pinos, las aves e insectos de hábitos nocturnos. Pero esta suma de sonidos dejaba de existir, cuando en la medianoche nuestro tenor local iniciaba su rito nocturno.

Superar con sonidos guturales abarcativos de la más extraordinaria escala era lo frecuente. Tanto poderío pulmonar puesto al servicio del desenfreno, en aquellas noches, provocaba desvelo; opacar bajo toda circunstancia aquel concierto espontáneo no era algo para no tener en cuenta.

Con los años, el efecto de sus variaciones fuesen nasales o bucales había alcanzado tal dominio de ejecución que sólo el grito de desesperación de un compañero de carpa interrumpía la magnitud de la obra.

Yo creo, en su subconsciente, reclamaba un aplauso. Nadie deja de lado el monocorde ronquido para convertirse en un creador. Hubiese sido imposible reconocerlo sólo en base a volumen; él matizaba especialmente cada noche con una variación totalmente diferente.

Gran pescador, se expresaba aquellos días en que el río le hubiese sido propicio, con sonidos que manifestaban alegría y todo lo opuesto en los que las truchas hubiesen sido esquivas.

Muchas veces las variaciones nos convocaban, entablaba un diálogo consigo mismo, expresaba mucho más que lo muscular; su pensamiento encontraba el canal de expresión a través de sus ronquidos.

Podríamos intuir, si extrañaba el hogar, su apetito no hubiese sido saciado y cuántas cosas más que dando rienda suelta a nuestra fantasía asociábamos con tal variedad de sonidos.

A veces, toques audibles relativos a la alegría, la euforia, algo agresivos, generalmente, coincidentes con movimientos totales, bolsa de dormir, colchoneta, aquel pie contra la lona daba el golpe que intuyo despertaría a nuestros vecinos, los animales del lugar, comportamientos tan extraños como alterar sus ciclos migratorios, posturas equivocadas, en fin, cuántas vibraciones sin descubrir solamente por la oscuridad del escenario.

Pensar que el hombre supo llamar Tronador al pico por todos conocido a consecuencia de los muy esporádicos desprendimientos de hielo que en el ventisquero se producen.

Qué término no creado se le podría asignar que simbolizara todos y cada uno de los tan abundantes sonidos, que de esa nada exuberante humanidad tuvieran origen.

En nuestra inexperiencia llegamos a considerar la merma del pique en el transcurso de los días a consecuencia de la sobrepesca.

Qué error. Hoy, y a la distancia, veo que superaba su propio medio, de alguna manera, por vibraciones o lo que fuera, los peces temían el cataclismo y huían.

Ver desaparecer las aves que en los primeros días nos alegraba el desayuno, notar con tristeza que ningún cordero se llevaba por delante los vientos de nuestra carpa; ya ningún caballos arrancaría el pasto durante la noche, nunca más los sonidos de nuestra vajilla revisada por algún animalito vagabundo.

Qué solos terminábamos las últimas noches y, era precisamente en esa soledad donde aquellos pulmones ejecutaban su gran sinfonía, su gran obra, que interrumpida, volveríamos a reencontrarla el próximo año.

Darío Pedemonte

No hay comentarios: