No Entiendo

No entiendo qué rápido me arrastra la corriente, giro a uno y otro lado sin control.
Me lastiman las ramas, no puedo nadar, me sumerjo y floto de a ratos, no reconozco esta parte del río.


Acababa de cumplir tres veranos, que alegría experimentaba en vivir en una hermosa corriente, mi casa, tan espectacularmente bella. Aquella pequeña cascada que tanto placer me daba, resucitaba en aquellos días de calor intenso, disfrutando de la abundante comida.

Los sauces de la costa supieron darme la fresca sombra que aseguraba mi letargo. Nadar una y otra vez sobre el pedrero buscando el premio de esos grandes bocados.

Aún hoy, me asustan esos vecinos que desde el aire podían atraparnos; ni hablar con la bronca que comía esos duros bichos rastreros.

Pese a ello viví feliz todo este tiempo y ahora recuerdo.

Algo extraño y no reconocible pasó cerca de mí con gran alboroto, levantando arena y comida en la corriente.

Desconozco qué hizo que esa mariposa, algo rara en mi río, despertara mis ganas de comerla, nunca lo sabré, pero al fin era comida.

Como siempre aproveché la corriente, con facilidad y eficacia la mordí. Extraño, muy raro, sentí dolor, fue inmediato y, sin entender, algo no me dejaba nadar, me atraía en una dirección opuesta a mi deseo.

En la desesperación salté, una, dos, varias veces y ahí lo vi. No sé qué era. Alto, inmenso, tenía algo en su mano que guiaba mi camino. Hacía fuerza, tanta como nunca había experimentado, pero no podía soltarme de eso que había atacado como comida.

Me lastimaba. Al dolor de mi boca agregaba un cansancio supremo, casi sin fuerza, sentí que perdía el control de mi cuerpo.

En ese instante volví a descubrir lo mismo que había visto pasar tiempo atrás. Choqué con ello y sentí con desesperación que me atrapaban; me dolía todo el cuerpo, me sacaban con brusquedad del agua, no podía respirar; mi ahogo me extenuaba.

Creo me apoyaron un tiempo sobre las piedras; atontada no reconocía los sonidos, las imágenes que me rodeaban no eran propias de mi río.

Era el fin. Por momentos, volví a recordar aquellos días de verano que recorría mi corriente en todas direcciones por la abundancia de comida.

Tuve la sensación de sentir, nuevamente el agua. Sí, estaba en mi río, pero mi corriente, que tanto había disfrutado me arrastraba, me golpeaba contra las piedras profundizando mi agonía.

Creí poder nadar, era imposible, el descontrol era cada vez mayor.

Nada de mí respondía, recorría velozmente muchos metros, no supe qué pasó, sólo busqué mi comida, no entiendo?

Luchaba sólo por ver lo que me era familiar, esa maravillosa paleta de colores que experimentaba de manera diferente según el momento del día.

La música de mi corriente estallaba en esa espuma que ahora lastimaba mi debilidad.
Toda mi habilidad en recorrer mi río se había perdido.

Me llamó la atención. Estaba en el agua pero no la sentía y todo lo que fue y me hizo tan dichosa se transformó en una oscuridad total.


Este pequeño y modesto relato se lo dedico a los más jóvenes.

La conducta de mis primeros años se basaba en la ignorancia total (hoy, apenas estoy aprendiendo), en justificar el éxito en una destrucción total. En aquellos viejos modelos que premiaban la muerte, jerarquizaban y sublimaban la prolongación de la agonía.

El tamaño de una copa era proporcional a la muerte lograda.

Una mezcla de horrores y errores para los cuales la naturaleza no está preparada.

Jóvenes, las pérdidas irreparables ya no se justifican. Todos son concientes de la información adquirida. No transformen lo que fue ignorancia en conductas que siguen siendo normales sólo por ser comunes.

Hace años escribí que el futuro de nuestra actividad estaba basado en lograr, desde el inicio de esta práctica, ¿racionalizar? al máximo, convirtiendo nuestros actos en una forma de vida, en la cual nuestra ética se convierta en una única y mejor REGLAMENTACION.

Gracias !

Darío Pedemonte

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